jueves, 10 de noviembre de 2005

Un hecho insólito

Una historia ya algo caducada, pero que merece ser contada:

¿Qué probabilidades había? Resulta, amigos, que a la vuelta de mi último viaje a Jaén en plena estación de Chamartin, a las virgen y media (las nueve y pico, vaya) y en mitad de la gente me encuentro con... ¡Patri! Ese... tipo que nos dio alimento y cobijo a Ramón y a mí en los días leoneros de este verano. El "vamos, no me jodas" es prácticamente instantáneo. Es decir, me encuentro con uno de León en una estación de Madrid viniendo yo de Jaén y en horas sospechosas. Toma tomate (tómalo). Acto seguido continué mi tortuoso camino hacia casa cargado con una mochila con un par de camisetas y una bolsa de cinco toneladas y trescientos gramos repleta de comida y utensilios variados (dícese de tapers, cosos de limpieza y demás blandiblús).

Dicen (o más bien me ha dicho mi padre) que en Madrid no te encuentras con nadie que conozcas, que puedes tirarte toda la vida allí y nunca coincidir con ningún amigo en algún sitio a no ser que sean del trabajo o el barrio. Él, mi padre, sólo coincidió una vez con un amigo en una exposición de vete tú a saber qué cosa, y lo cuenta en plan anécdota.

Bien, yo ya he coincidido con alguien. Alguien sudapollil, sí... pero es un comienzo.

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