domingo, 6 de noviembre de 2005

La zapatería de la esquina

Cada día espero a un amiguete para ir al instituto, y da la casualidad de que el sitio en cuestión se encuentra justo enfrente de una zapatería en la que, a diario, se encuentran pequeños y grandes grupos de señoras y no tan señoras, me refiero a chicas jóvenes, claro. El asunto es que desde que quedamos ahí mi compañero y yo, me fijo en lo social que puede llegar a ser la gente. Por ejemplo, una mujer que se para en la zapatería se dedica a lo típico, mirar un par de zapatos que la cautiven totalmente, pero justo al lado, una pareja de amigas que hacían lo propio en un escaparate de este tipo, entablan conversación con ella acerca, como no, de los zapatos. Charlan largo y tendido acerca de rozaduras, achaques en los pies... y yo jamás hubiera imaginado antes de escuchar esa conversación la cantidad de destrozos que a la corta edad de la pareja, pudieran tener en los pies. Más que pies, según excesivas descripciones, cualquiera entendería que tenían un par de ancianos achacosos al borde de la extremaunción.

La sociedad de los escaparateros es muy extensa, siempre hay alguien que se presta a mirar alguno por el simple hecho de mirar. Es como buscar un rollete en un botellón, te hartas de mirar, por todos lados, pero al final no te llevas nada a casa. Siempre está el típico colectivo en el que me incluyo, que fantasea con comprarse miles de cosas, a cada euro en el bolsillo, más caro es aquello a comprar... Es algo inevitable, un impulso diría yo. Sin embargo, o por lo menos es lo que a mí me ocurre, siempre que voy a buscar algo que necesito, no está, no queda, o simplemente ni lo miro porque no lo recuerdo. Pero lo curioso es que en mis extensos paseos por la ciudad, y sin intención de comprarlo aún... ¡había! ¿Qué hacen con lo que se quiere comprar?, ¿lo esconden cuando se enteran de que hay alguien que lo quiere?... no lo entiendo. Aunque si el universo que envuelve los escaparates es muy extraño... entrar se vuelve en algo insólito.

¿Quién no ha hecho alguna vez sus veinte minutejos esperando en una cola? ¿Y unas horillas en alguna tienda buscando algún regalo adecuado? ¿A quién no se le ha colado alguna adorable ancianita con la excusa de hacer tan sólo una pregunta y no comprar? Todos sufrimos alguna vez estos percances... y los que nos queden por pasar.

Que disfrutéis al pasear, y si os aburrís por el camino ya sabéis, están ahí para mirarlos... otra cosa es comprar.

1 comentario:

Marcos dijo...

No se puede entrar a la Fnac sin salir con tu bolsita... No se puede... No, no, no...