sábado, 29 de octubre de 2005

Ceniza

Cae la ceniza sin presión ni rumbo
Logrando extraños dibujos en su chaqueta
Un fantasma más en la noche
Sin equipaje en la maleta

Cae la ceniza bajo una nube de humo y vaho
Tanteando la densidad del viento
Elude preocupaciones con caladas
Matando el olor de su aliento

En su oficio
Todos juegan con vicios
Aunque no… no vamos a faltar…
El caviar no es el mayor manjar

Cae la ceniza del último cigarrillo
Aportando color a la acera carcomida
Pensando en la nada, en cómo llegó allí
Un cúmulo de estímulos suicidas

Socio vitalicio
Sin ningún beneficio
Pero no… no vamos a faltar…
El caviar no es el mayor manjar

En su oficio
Todos juegan con vicios
Y no… no vamos a faltar…
El caviar no es el mayor manjar

No… no vamos a faltar…
El caviar no es el mayor manjar


A Ramón

jueves, 27 de octubre de 2005

El pastel que nos parió

A veces una relación llega a un punto en que resulta íntima hasta la médula, se crea un vínculo que parece indestructible. Pero descubres que no es así, la verdad es bastante más dolorosa y te deprimes por ello. La comprensión mútua resulta ser creada sólo por tí, te la imaginabas haciendo que todo fuera más fácil, sin dejar que reaccionara todo como debiera realmente. Te ves traicionado por tu estúpida mente que reducía todo al mismo algoritmo mágico que hacía que todo fuera tan degradantemente fácil. Das una calada más, mientras aspiras de aquel aire amargo que contamina... reflexionas y ves que si pensabas que era lo correcto, ahora ves que no. Te sientes estúpido por dar pie a lo ocurrido sin saber a quién o a qué acudir. Optas por mandarlo todo a la mierda y dejar que tome su cauce real, para hacerte a la idea que lo que debió ocurrir desde un principio. Sorprendido descubres que tus muestras no sirvieron de nada, el virus que se extendía no sólo lo propagaste tú. Y aunque te relaja el saber que las cagadas normalmente no son de uno, sino que intervienen todos los que comen del pastel, te dolía enfermizamente todo lo que estaba ocurriendo.

Has aceptado que la guinda la degustas sólo tú... pero el mazapán se lo come otro.

martes, 25 de octubre de 2005

Fast food

Son éstos días de mucho ajetreo en la gran ciudad. El vaivén del tren se alterna con el ritmo de la música de mi mp3 desde por la mañana hasta entrada la noche. Y en medio de tanto estrés, de tanto agobio y movimiento, está mi estómago, que, como cada día desde que mi madre me puso en este mundo, ruge a elevados niveles auditivos pidiendo su dosis de comida correspondiente.

No puedo perder el tiempo cocinando. No puedo ni pisar la casa teniendo una agenda tan asfixiante. ¿Qué hacer en estas ocasiones? Generalmente habría llorado en alguna esquina comiendo un bocadillo recién fabricado gracias a la incursión de mi menda en alguna charcutería con buen olor de por la zona, pero ayer no fue el caso… Mi nariz dio con un sitio que no frecuentaba desde antaño: un McDonalds. Sí, amigos… La llamada “comida basura”, la “fast food”, hacía ding-dong e iluminaba la bombilla en mi cabeza, y no fueron muchos los reparos que tuve mientras cruzaba el hall de la famosa hamburguesería para enfrentarme de lleno con mis principios.

Asombrado contemplé los bajos precios del local, el cual proporcionaba comida en abundancia desde tan solo dos euros. Me dije “¿por qué no?” sin pararme a pensar en el “¿por qué sí?” y pedí lo mío: material grasiento para alegrarme el día. Porque vive dios que disfruté comiendo aquello… Y mientras me zampaba con desenfreno el jugoso trozo de carne empapado en ketchup y las patatas tamaño extra, me paré a echar un vistazo a las mesas circundantes: cinco o seis individuos, a cual más grande. Sus barrigas chocaban contra la mesa y el sudor recorría sus rostros cuando se relamían los rechonchos dedos. De repente miré fijamente mi colección de patatas bañadas en salsa barbacoa... Y he de admitirlo, me gustó la experiencia de volver a comer basura, me considero un amante de toda esa porquería tan deliciosa, pero por nada del mundo me gustaría volver a pesar el tonelaje que en mi adolescencia llegué a tener. Como ex obeso rehabilitado e insertado en la sociedad, me veo en la obligación de renegar de todos estos placeres comestibles. Mi conciencia nunca miente, creedme. Y… Echando la panorámica de nuevo a la bandeja que ante mí reposaba… Os lo vuelvo a repetir. O no… Mierda... ¿De verdad era tan perjudicial todo aquello? Gotas de aceite resbalando por el mantelito, patatas en abundancia, una carne que dejándola al aire el tiempo suficiente se convierte en material tóxico y una garrafa (porque no se podía considerar vaso) de coca-cola. “Esto es vida”, pensé mientras recogía mis enseres. Y qué gran dilema me provocaba el que tanto me gustara cada uno de los productos del odioso lugar.

No volveré a ese maldito infierno tentador en mucho tiempo. No pisaré las tierras del pecado para que me vuelva a comer ese sentido de culpabilidad lejano que te queda mientras huyes del garito. Pero, muy a mi pesar, me temo que a día de hoy si tengo que elegir entre un entrecot cinco estrellas y la hamburguesa más perrillera de la historia, queridos amigos... Me quedo con la basura, la rica comida basura.

lunes, 24 de octubre de 2005

De cuando éramos dos VOL.2

-En fin, supongo que ya nos veremos, ¿no?
-Ya sabes, si no te llamo... ¡hazlo tú!
-Abrazo enternecedor, un par de besos en la mejilla, mirada de quien quiere algo más, último beso que hace de nexo... la espalda y un par de piernas que la acompañan-

Se quedó quieto, paralizado... se había despedido de ella. Había dejado su corazón en aquella esquina, en aquel vistoso portal. Dispuesto a andar, no sabía si dirigirse tras ella para olerla unos segundos más, o ir a su lugar de encuentro consigo mismo y dormir. Decidió no hacer ninguna de las dos cuando le pareció oir algunos pasos salir de aquel lugar... eran tacones. Una señora recatada y con un extraño bolso hizo aparición mirando de un lado a otro. Apartó su mirada de aquella extravagante visión y decidió seguir con el plan improvisado: buscar algún lugar donde refugiarse en la calle, probablemente algún banco acogedor que le adormeciera las piernas y pensar.

Pasan los minutos, han debido ser horas estando sentado... solo han sido unos doce minutos. Todo se hace más largo, todo se hace infinito. Volvamos a casa. En el camino todo le recuerda a ella, a esa tarde maravillosa con la compañía de su corazón. Y cerca de casa parece verla sentada desde lo lejos. La figura se levanta y se confirman sus deseos, la ve cerciorado y se lanza a sus brazos. La despedida duró poco y volvieron a sonreir durante unas horas, pero ya es tarde, hay que regresar al hogar... y el la acompaña como si no hubiera existido aquel paréntesis. Se repite la escena, se repite el dolor... la espalda y un par de piernas que la acompañan.

De nuevo paralizado, de nuevo en la esquina de aquel vistoso portal. De nuevo dispuesto a andar, sin olor y sin banco. De nuevo un camino que recorrer. De nuevo... sin el corazón puesto.

jueves, 20 de octubre de 2005

Maremotos verbales - Vol.5

En clase, ayer:


Profesor Antropológico
Esta chica... ¿Es hermana de su hermana?


INFO:
No se trataba de ninguna argumentación filosófica.
A día de hoy tengo dudas sobre si soy hermano de mis hermanos...
¿O lo serán ellos de mí...?

martes, 18 de octubre de 2005

Secretos de mi estado

La historia de la encriptación es la historia del mundo... los secretos están para ser desvelados, las puertas, para abrirse. Desde los inicios más lejanos de la existencia del hombre los secretos han estado ahi. Las tramas más oscuras siempre se han ayudado de mensajes ocultos, a merced de quien lo encontrase y lo supiera desencriptar. Hace siglos era la única forma de comunicarse de forma segura... escribir sin que nadie que lo leyera o supiera interpretarlo, y ni tan siquiera se planteara que lo que en sus manos tenía era el maquiavélico plan de asesinato del rey.

Ahora las encriptaciones son infinitamente más complejas, al igual que los métodos de desencriptación. Ya no nos conformamos con una seguridad estandar, y se pueden invertir millones en un algoritmo que cubra bien las pistas y no deje rastro alguno.

Es bastante triste ver, que la confianza pura en realidad no existe entre humanos. ¿Quién no ha sabido alguna vez que lo que contaba confidencialmente a alguien ha sido esparcido como un rumor? Todos hemos sido traicionados... todos buscamos el algorítmo de encriptación perfecto.

lunes, 17 de octubre de 2005

Mi post sobre la lluvia


Lluvia:
1. (del lat. Plubia). f. Precipitación en forma de gotas de agua de un diámetro mayor de 0´5 mm, que caen cuando el aire está en calma a una velocidad mayor de 3 m/s. La lluvia se forma a partir del vapor de agua contenido enla atmósfera.
2. Depresión suave.

domingo, 16 de octubre de 2005

Sin aire

Soy el discutible si, el no quizás positivo. El olor, resto de tus pasos, la carnaza que alimenta, la carroña.

La amistad que encierra el amor idiota. La pasión que colma el vaso. La gota de cristo. El afan por morir.

Ese quisiera ser el trato que hago. La firma de tu letra es la que falta para concluir el contrato de permanencia en mi mente, mi corazón.

Mi desesperación no se hace notar. El llanto silencioso del tormento que no trato de imitar. Los ojos del destino, las cuencas y su lagrimal. El estúpido ingenioso, la felicidad que pesa. Las gilipolleces con sentido y las heroicidades que salen mal. Todo son memorias de algo llamado pasado, y que habita en la realidad.

Vivir bajo un puente, a lo “something in the way”, malvivir de la memoria de los otros. Despejar las dudas entre escoria... poder pensar en paz. Lograr encontrar el sueño. Dormir, y hacerlo realidad. Esperar que te recoja tu dueño, llegar a la meta en un puesto de penas carcelarias, y no respirar más.

Antes que nadie

La batalla por los medios. Los anillos del pasado y del futuro. Los divorcios y reparos... Antes que nadie. Los recobecos de la guerra, los parches y remiendos de los días... las novedades, los grados... ¿la ley? aún nada.

La moda retro, las lámparas a cuadros, la falta de existencias y los cuadros esbozados sin ser original. La depresión falsa o lo sincero que no dejan mirar más allá. Los berridos inconscientes y quejidos ardientes. La memoria insaciable. Lo que me extirpaste ayer al romper. Me quitaste la pasta, la felicidad, la vida y el corazón, y no ayer, sino pasado. Digo hola como despedida porque ya no entiendo nada.... antes que nadie me pierdo, antes que nadie enloquezco, y Nadie se adelanta.

La épica epopeya que sucede como el que no quiere la cosa

En cuanto llegas procuras evitar la dispersión del grupo. Bajas y empiezas a oler el ambiente, lo oyes, lo sientes, pero sobre todo, lo hueles. La música retumba por doquier, y te regocijas al poder escuchar un extraño dúo entre Bisbal y a King África con un fondo fusión de reggaeton y música electrónica. Piensas en irte, pero alguien dice que mola, y tú, una vez más, te lo crees y le haces caso. Te unes con ellos al hilo de gente con dirección indefinida, cambias al más cercano, buscas uno que te acerque hasta la barra, pides una copa que te servirán a los veinte minutos si has tenido suerte y no ha tardado el barman en atenderte un minutaje similar. Ahora bebes entre codazos sin mancharte, he ahí el reto. Sales arrimándote a un nuevo riachuelo humano, tomas aire y vuelves a entrar a la corriente. Sacas el tabaco escondiéndolo, para que nadie abuse más de lo debido. Hurgas en el bolsillo y encuentras el mechero procurando no quemar a nadie siempre que el viento y algún cachondo que sople por hacer la gracia te lo permitan. Bajas el brazo para poder pasar entre el tumulto, miras el cigarro, y... si, amigo, está partido en dos gracias a varios personajes empapados en alcohol. Alzas la vista cagandote en algo más allá de las estrellas y buscas al grupo con el que venías... ni de coña. Tras una intensiva búsqueda y un determinativo análisis descubres lo que sospechabas: No tienes ni puta idea de donde se han metido, así que gastas tu saldo en llamadas que se limitan a un “Donde estás” y “No te oigo”. Dando un rodeo por curiosidad descubres que están ahí, señalándote como si fueses subnormal, moviendo la mano como con dando un reconciliador hola, y no te explicas cómo estando delante tuya, aparecen a diez metros tras de ti. Se ríen y te ríes, has gastado teléfono en una gilipollez sin sentido... que gracioso. En los pasos que das hacia tus compañeros comienzan a hacer aparición en escena los saludos, gastas tu mano en ellos, y descubres cosas como que las bebidas en plan Coca-Cola son pegajosas de cojones, prefieres poner más cariño a los besos que repartes a las féminas, ya algo pasadas de copas, pero siempre aferradas a los brazos de sus parejas, como si les fuera la vida en ello... se ve que han gastado saldo en ediciones anteriores. Llegas al lugar de destino, pides otra copa mientras ves como baila la gente, te da tiempo de sobra como para hacer la coreografía de las ocho o nueve canciones que han sonado mientras te la ponen. Ya eres algo más feliz: Encuentras tu broche final en forma de banqueta. La operación aparcamiento ha finalizado... o eso crees. No pasan ni 15 minutos cuando te avasallan con un plural “¿Nos vamos ya?”, a lo que respondes mentalmente “me cago en tó”, pero la realidad es más triste y te apuntas a la escapada. De vuelta al torrente, que ahora, aun siendo más tarde, no te dejas de preguntar cómo puede seguir apareciendo gente sin cesar, ni tampoco porqué los que conoces siguen teniendo las manos untadas en pegajosidad. Pasas de pedir más en las próximas barras a visitar, ya no por la agilidad al servir, sino por que bajaste con 20 euros, y ahora tienes solo dos... ese cero era tuyo. Cerca del final de la jornada esquivas a los que has saludado más de dos veces, parece que ya no recuerdan que te han preguntado en los saludos anteriores usando la frase mágica: “¿Y que tal?”, te aburre explicar de nuevo tu noche, y sobre todo, te deprime (ese cero...). Al oír las despedidas te emocionas, son cerca de las siete y media de la mañana... ha sido duro, y es al llegar a la cuesta final, que te parece infinita, cuando empiezas a andar cabizbajo, con un dolor de pies de la hostia, y pensando tan solo en destrozar tu cama al caer sobre ella. Tras una charla de escasa calidad, el grupo se va dispersando poco a poco, y ya no es por la gente, no, esta vez es porque van a sus casas, a descansar. Te despides del último en pie y cuando te das cuenta, entre “joder, como tengo los pies” y “Voy a dormir lo más grande”, llegas a casa con relativa velocidad. Sacas las llaves, abres la puerta, deshaces tu cama si es que estaba hecha y a prepararse para un nuevo día. Parpadeas un par de veces, te duermes... feliz feria.

miércoles, 12 de octubre de 2005

Sobrevivir en tiempos de lluvia

Estos calcetines no pegan ni con cola...
Bien. Vamos allá... La lluvia.

¿Implica la lluvia tristeza? No. Pero te apaga, te aploma... Porque lo que es innegable es que los días de lluvia son días grises. El único toque de color se lo tienes que dar tú, y no todos somos pintores peatonales (ni mucho menos coloristas). La humedad reina en el ambiente, y eso está bien. Todo parece estar limpio y quieto. Hasta que te das cuenta de que estás metido en el mismo enjambre de siempre cuando te despierta ese coche que pasa a tu lado provocando una ola que te obliga a sacar la tabla de surf de la mochila... A mí me gusta la lluvia. Es deliciosa. Lo que no me gusta es llevar paraguas. Soy más bien de los de llevar pocas cosas encima. Vamos, que el móvil y las llaves ya vienen siendo un esfuerzo, como para llevar también paraguas... Por pequeño que sea. Pero claro, mejor tenerlo cuando se necesita de verdad que inflarse unos manguitos. El caso es que en esta bendita casa no había paraguas...

Hace unos días me veía comprando unas medias (quién no lo ha hecho alguna vez). Cuando entré en la tienda parecía haber salido de un gimnasio después de estar toda la tarde ejercitando mis adormilados músculos, pero no fue así como bien sabréis, queridos amigos, el modo en que me humedecí hasta la médula. La tormenta me pilló de lleno estando lejos de casa y en mangas de camisa. Como quien se ducha vestido el agua me caía haciendo riachuelos por la ropa, el pelo serpenteante goteaba por todos lados y mis zapatillas hacían ese ruido extraño como de exprimir un limón mientras soltaban espuma a cada paso que daba. Me paré junto al mostrador. Imagináos la escena:

Marcos
Buenas... unas medias.
Dependienta
(Empezando con la risa tonta) Chico... ¿Te has mojado?
Marcos
Mi canoa es descapotable.
Dependienta
Entiendo... ¿Medias? ¿Qué tal éstas?
Marcos
¿De qué talla son?
Dependienta
(Sonrisa picantona) No, hombre... ¿Son para regalo?
Marcos
No.
El charco de agua en el suelo ya es considerable.
Dependienta
¿Algo más?
Marcos
Un paraguas.
Dependienta
(Mostrando al completo su dentadura mientras ríe) Tres euros...

Bien. ¿A qué viene esto? No preguntéis. Estaba devolviendo unos videos cuando se me ocurrió escribir sobre la lluvia (tema recurrente en octubre como se puede ver por los posts del año pasado).

¿Entonces qué pasa? ¿Dónde están los consejos? ¿Comprar paraguas? Sí... parece una gracia de parvulario... No sé. Creo (y ahora me pongo filosófico) que mi mejor consejo es que busquéis cobijo cuando amenace tormenta. Metéos debajo de vuestra flor favorita. Arrimáos al Sol que más os calienta. Abrigáos con la mejor piel que hayáis tocado... Ya me entendéis. Escribid cursilerias de este calibre mientras la lluvia sigue cayendo, los coches patinando y los pantanos al mínimo. Y para las anteriormente citadas "goteras del corazón" buscad auxilio en vuestro guardacostas más cercano.

martes, 11 de octubre de 2005

Goteras

Algo pierde agua en el piso de arriba... Y debe ser alguna tubería en mal estado. Pero cuando uno ha logrado acomodarse por fin y hacerse a la realidad, una gotera pasa a ser algo insignificante. Es una tarea de mantenimiento, una manera más de ver que la cosa marcha. Eso es lo que tengo: goteras. O en términos no tan metafóricos: pequeñas crisis momentáneas. Y sucede cuando me veo solo y me hago preguntas del tipo qué hago yo aquí. Rápido me doy las respuestas y todo vuelve a la normalidad. No creo que sea nada malo. Lo veo incluso beneficioso. Perder aceite ya sería otro cantar... Pero no, lo mío es el agua. Los pantanos instan más cantidad, de momento sólo colaboro con pequeñas gotas (de agua, insisto). Ningún chaparrón mental a la vista.

Y todo esto está muy bien dicho así... ¿Pero qué pasa cuando la gotera es de verdad? Maldita sea, amigos... Tengo una jodida gotera en el baño. Di parte al portero y obtuve un "sí, bueno... ya si eso..." (aquí van a lo grande, sin mariconadas del tipo un poquito de por favor). De esto hace cinco días. Estamos a martes y la gotera no hace más que expandirse logrando un dibujo que, si fuera en una pared, tendría sentido entendiéndolo como arte moderno, pero que al quedar justo encima del retrete más bien parece que en mi casa se mea hacia arriba. Y nada más lejos de la realidad... Puede que el vecino de arriba se salga del tiesto. Oh, vamos... ¿Tengo que ir otra vez a hablar con el portero? Esta mierda no venía en el contrato.

En fin... Goteras y más goteras. Psíquicas o techudas. Goteras. Corren días pasados por agua... ¿Lloverá este año en la feria de mi pueblo? Me gustaría estar allí para verlo.

lunes, 10 de octubre de 2005

Muere el murciélago

Ya estoy.

Mis días de adecuación al medio pasaron, y diría que hasta con éxito. Sin regatéos (ni reguetones) ni pamplinas secundarias soy un individuo madrileño más, con ese acento mío que me persigue y del que cada vez reniego menos. Y con este paso, yo diría que tremendo, muere el murciélago en mí. No... No es, queridos fanes míos, un paralelismo con mi amada Batman...

Tras dos años dedicados a hacer de la nocturnidad mi religión me topo de narices con un horario radicalmente opuesto, donde las siete de la mañana no son mis "Lunnis-buenas-noches", sino mi quinto levanta tira de la manta. Una putada en toda regla para alguien que no concibe el día sin la noche.

En mi período nocturno puedo decir que no encontré a nadie que compartiera tal vicio hasta mi extremo, lo cual me hace dudar si estaba realmente enfermo... Lo cierto es que vivir dos años acostándote entre las cinco y las siete, marca. Era una cualidad más de mi espíritu asocial, me daba prestigio entre los de mi condición. Pero tengo que decir a mi favor que el espíritu "sabinesco" no llegó al límite, nunca me vi viviendo días en los que no veía la luz del Sol... Me reducía a hacer de la comida mi desayuno y de la cena mi almuerzo. ¿Mi luz? La Luna. ¿Mi banda sonora? Los grillos más rebeldes. ¿Mi manta? Unos no muy cálidos apuntes. Mi pasatiempo el binomio lápiz-boli, y como imagen de fondo la teletienda.

Pero todo eso se acabó. Tengo sueño a las doce. Me levanto a las siete. Soy un borrego más que fluye entre la gente. Con cara de pocos amigos, un ojo cerrado, otro abierto y el tercero pegado al único asiento sin inquilino en el metro... Uno más del montón en definitiva. El murciélago se estrella para verse convertido en gavilán. Sin pasión ninguna.

Ayer amanecí a las diez y media. Diecisiete horas durmiendo... no son tantas.