domingo, 16 de octubre de 2005

La épica epopeya que sucede como el que no quiere la cosa

En cuanto llegas procuras evitar la dispersión del grupo. Bajas y empiezas a oler el ambiente, lo oyes, lo sientes, pero sobre todo, lo hueles. La música retumba por doquier, y te regocijas al poder escuchar un extraño dúo entre Bisbal y a King África con un fondo fusión de reggaeton y música electrónica. Piensas en irte, pero alguien dice que mola, y tú, una vez más, te lo crees y le haces caso. Te unes con ellos al hilo de gente con dirección indefinida, cambias al más cercano, buscas uno que te acerque hasta la barra, pides una copa que te servirán a los veinte minutos si has tenido suerte y no ha tardado el barman en atenderte un minutaje similar. Ahora bebes entre codazos sin mancharte, he ahí el reto. Sales arrimándote a un nuevo riachuelo humano, tomas aire y vuelves a entrar a la corriente. Sacas el tabaco escondiéndolo, para que nadie abuse más de lo debido. Hurgas en el bolsillo y encuentras el mechero procurando no quemar a nadie siempre que el viento y algún cachondo que sople por hacer la gracia te lo permitan. Bajas el brazo para poder pasar entre el tumulto, miras el cigarro, y... si, amigo, está partido en dos gracias a varios personajes empapados en alcohol. Alzas la vista cagandote en algo más allá de las estrellas y buscas al grupo con el que venías... ni de coña. Tras una intensiva búsqueda y un determinativo análisis descubres lo que sospechabas: No tienes ni puta idea de donde se han metido, así que gastas tu saldo en llamadas que se limitan a un “Donde estás” y “No te oigo”. Dando un rodeo por curiosidad descubres que están ahí, señalándote como si fueses subnormal, moviendo la mano como con dando un reconciliador hola, y no te explicas cómo estando delante tuya, aparecen a diez metros tras de ti. Se ríen y te ríes, has gastado teléfono en una gilipollez sin sentido... que gracioso. En los pasos que das hacia tus compañeros comienzan a hacer aparición en escena los saludos, gastas tu mano en ellos, y descubres cosas como que las bebidas en plan Coca-Cola son pegajosas de cojones, prefieres poner más cariño a los besos que repartes a las féminas, ya algo pasadas de copas, pero siempre aferradas a los brazos de sus parejas, como si les fuera la vida en ello... se ve que han gastado saldo en ediciones anteriores. Llegas al lugar de destino, pides otra copa mientras ves como baila la gente, te da tiempo de sobra como para hacer la coreografía de las ocho o nueve canciones que han sonado mientras te la ponen. Ya eres algo más feliz: Encuentras tu broche final en forma de banqueta. La operación aparcamiento ha finalizado... o eso crees. No pasan ni 15 minutos cuando te avasallan con un plural “¿Nos vamos ya?”, a lo que respondes mentalmente “me cago en tó”, pero la realidad es más triste y te apuntas a la escapada. De vuelta al torrente, que ahora, aun siendo más tarde, no te dejas de preguntar cómo puede seguir apareciendo gente sin cesar, ni tampoco porqué los que conoces siguen teniendo las manos untadas en pegajosidad. Pasas de pedir más en las próximas barras a visitar, ya no por la agilidad al servir, sino por que bajaste con 20 euros, y ahora tienes solo dos... ese cero era tuyo. Cerca del final de la jornada esquivas a los que has saludado más de dos veces, parece que ya no recuerdan que te han preguntado en los saludos anteriores usando la frase mágica: “¿Y que tal?”, te aburre explicar de nuevo tu noche, y sobre todo, te deprime (ese cero...). Al oír las despedidas te emocionas, son cerca de las siete y media de la mañana... ha sido duro, y es al llegar a la cuesta final, que te parece infinita, cuando empiezas a andar cabizbajo, con un dolor de pies de la hostia, y pensando tan solo en destrozar tu cama al caer sobre ella. Tras una charla de escasa calidad, el grupo se va dispersando poco a poco, y ya no es por la gente, no, esta vez es porque van a sus casas, a descansar. Te despides del último en pie y cuando te das cuenta, entre “joder, como tengo los pies” y “Voy a dormir lo más grande”, llegas a casa con relativa velocidad. Sacas las llaves, abres la puerta, deshaces tu cama si es que estaba hecha y a prepararse para un nuevo día. Parpadeas un par de veces, te duermes... feliz feria.

4 comentarios:

Peyn dijo...

Agradezco el detalle del comentario, pero quería tan solo resaltar que el post en cuestión lo he escrito yo, no Marcos. Un mútuo abrazo a ambos

Marcos dijo...

Juan... Insensato... ¿Cómo iba yo a escribir esta basura? Yo soy de más alto estandin, hombre por diox...

Muy bueno, Payne, xD. Y longitud extra por vez primerda! Lo celebro. Aunque creo que mi post de Vigalondo sigue teniendo el record de largura.

Por comentar... Que la compañía pezonera ayude es un hecho, pero lo cierto y verdad es que la feria es una auténtica puta mierda colectiva.

Marcos dijo...

"Primerda" no es una mezcla entre "primera" y "mierda", sino "primera" a secas... Un jodido lapsus.

Marcos dijo...

Lo importante es el alcohol, el "piligrin" propiamente dicho en compañía y sintonía de tus amigotes más celebrados. Quitando eso la feria sólo consiste en ver a gente que se define según dos grupos claramente diferenciados: los que están más borrachos que tú y los que no.

La noria también tiene su puntillo.