jueves, 8 de junio de 2006

[-]u|V|o

Es precioso crear castillos de arena en la orilla. Y entretenido esmerarse en montar poco a poco lo que imaginas será la hermosa morada en la que habiten felizmente hormigas, medusas o los versátiles playmovils (Algún día hablaré de ellos… se merecen un post). De forma que una vez finalizas tu obra maestra, con sus fosos currados para que entre agua, sus adornos, conchitas y demás, te levantas con la intención de echar un vistazo general, admirar tu creación a modo de Dios creador de imperios poderosos.

Pero, resulta curioso, que lo que dura la edificación, se mide según los mismos criterios que los de la marea. Descubres que al poco tiempo tu portentosa muestra de poder, ingenio o arte… queda desmoronada. Culpa del mar o de algún pié fugitivo ya oculto entre la multitud, da igual. Ha acabado tu momento de esplendor, que a huido a la velocidad que los sueños despiertan, al mismo kilometraje que las ilusiones se pierden entre nubes… cual cigarro expulsa al expirar hundido en el charco de la perdición. Nubes de tristeza, nubes de desilusión… nubes de humo.

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