miércoles, 24 de agosto de 2005

Metro sexuales

En el metro, una jóven chica de color bastante atractiva se sienta a mi lado. Va embutida en uno de esos trajes/disfraces africanos, una especie de mezcla entre pañuelos y tejidos vaqueros. Tras el pertinente escáner visual hacia su persona continúo pensando en mis quehaceres de esa tarde, mientras miro mi borroso retrato en el momentáneamente opaco cristal que tengo enfrente (este maldito pelo mío...). En cuanto al plan decido dejarlo todo al servicio del azar, que para algo le pagan. Y es entonces cuando reparo en que otro tipo de color, en el extremo opuesto del vagón, está ensimismado, devorando con la mirada a la chica negra que tengo a mi derecha. Pronto su espíritu depredador africano entra en acción y decide sentarse justamente al lado de la curvosa susodicha. Se empiezan a echar miradas, casi todas provocadas por el cachondón (que lo tiene que ser para emprender tal hazaña) oscuro.

Yo, que había abandonado ya mis rondas mentales de metro, me centro de lleno en el cortejo. Ambos dos esbozan sonrisas y miradas cómplices dándonos a entender al resto que hay tomate por la zona (qué fuerte). El amigo decide iniciar una conversación... hasta ahí todo bien, queridos lectores, ahora que... no me pidáis que reproduzca la conversación al completo (mi oído no es que tenga el trofeo a la mayor agudeza sonora), os haré un breve resumen: en un español algo tosco el black man le pregunta a la black woman que de dónde es, a lo que le responde "de por allí abajo... selva... leones, tigres y panteras ¡dios mío!" (bueno, no exactamente), ¡y da la casualidad de que el tiparraco en cuestión también es del mismo país! Total, que por mi parte se desvanece toda posibilidad de seguir asimilando el proceso de cortejo cuando cambian a su idioma natal. Pero una cosa sí que es cierta, el amigo es un jodido pesado. Y ella lo nota... sí... mientras él no para de hablar (ento-congu-tanga-tanga-mi-manga...) ella mira a todos lados menos a su cara. Se aburre. O mejor dicho: la aburre. Pero nuestro negro favorito no desiste, sigue (supongo) contando batallitas y exaltando la belleza de nuestra negraza en su jachondo idioma... Y me pongo en el lugar de ese pequeño bombón, a estas alturas ya ha debido tener tropecientos pretendientes, le sobran pollas, lo que le faltaba es que el primero que la vea en el metro se crea que tiene posibilidades con ella tan sólo porque tenga el color de la piel tirando a carbón. Se avecina el fin.

En efecto... "Ding, ding, ding... próxima estación... Parque Lisboa". La playmate mueve su pompis hacia la puerta, seguida muy de cerca por el picha brava, el cual augura un futuro próspero. El metro se detiene y las puertas se abren. Ella sale, pero al ver que él la sigue se gira, le mira a los ojos y le dice en plan gesto "oye, tú... que nanai". Nuestro protagonista, con cara tristona y aún mirándo el adiós en forma de movimiento de caderas que ella le propina, da un paso atrás. Se sienta a mi lado y continuamos la travesía. Su expresión frustrada no daba lugar a dudas, en aquel momento se estaría gritando en sus adentros "¡es porque soy negro!". Buen intento, sí señor. Yo... para variar, ya tenía algo en qué pensar hasta llegar al encuentro: ¿serían esos los llamados metro sexuales?

2 comentarios:

Marcos dijo...

¡Vamos, no me jodas!

Marcos dijo...

EL título de un post a veces eleva la categoría del mismo, ciertamente.

Pues verás, la muchacha no me puso (más de lo normal), lo que me resultó curioso fue que se diera aquella situación. Ella tendría unos 27 años o así y hablaba un español accidentado (como el otro sujeto). El único feeling que había lo veía el negro, dado su alto grado de agitación verbal y los numerosos ticks que fue cosechando durante el trayecto. No sabría decir si el tío sólo buscaba filete (ella desde luego lo entendió así), pero sí que se acercó a ella debido a la belleza que irradiaba.

Ella estaba en segundo de carrera de zorround, pero con asignaturas suspensas.