domingo, 12 de junio de 2005

De cuando éramos dos

El silencio dibujado con la pluma en su mano mientras esbozaba trazos parecidos a palabras era diario, como quien realiza un ritual sagrado que no perdona las faltas, las ausencias. Pero en ocasiones suceden excepciones inevitables, y su pluma se despidió de cualquier vida útil extendiendo una sangrienta mancha negra sobre el pálido folio.
A cambio de pronunciar mi nombre entre pucheros, ayudé a reanimar el agotado espíritu de su Espada del Poeta sin respuesta alguna. Desistiendo ya de tal tarea, me fijo. Una mueca de dolor aderezada con alguna lágrima furtiva.


Un lo siento entre abrazos y besos, un te quiero que no dudaba en corresponder, una mentira, que rompe siempre el corazón.

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