jueves, 12 de mayo de 2005

Una bonita historia

¿Os he contado alguna vez la de Vigalondo? ¿No? Vamos, amigos, venid aquí, acercáos a la lumbre... que la historia de hoy tiene miga...

Como viene siendo habitual, mi viaje de vuelta a Jaén se vio cancelado unas horas debido a mi ineptitud a la hora de ser puntual... Perdí el jodido tren de vuelta, sí (¿a las 9 de la mañana? No son horas), pero gané la historia que ahora os relato... El caso es que ya que estaba en Madrid, decidí no perder las siguientes cinco horas hasta el próximo tren y adentrarme en la Gran Vía madrileña en busca de diversión potable...

Pisé el suelo de la Fnac con la intención de pasarme allí mis famosas cinco horas. Me metí en la sección de cámaras digitales y atosigué a preguntas a todos los encargados. Me fui a discos y estuve tentado a comprarme algún original de Elliott Smith, pero a esas alturas del mes no me quedaba ni la tela de los bolsillos, así que me quedé con las ganas y subí a la sección de libros. Pude estarme fácilmente dos horas leyendo un poco de aquí... un poco de allá... en su mayoría libros sobre cine. Visité varias de las páginas del recientemente público diario de Kurt Cobain (comprobando que realmente estaba podrido) y mi última media hora estuvo dedicada al primer capítulo de Crónicas: Volumen uno, la autobiografía de Bob Dylan que caerá en mis manos tras mis correspondientes suspensos del verano... Pero al grano, me dolían los pies, así que decidí emigrar, las cámaras de la Fnac se empezaban a hartar de mi cara...

Salí de Callao y tiré todo tieso por la Gran Vía: destino Madrid Rock. Había oído por boca de Mochón que estaban de liquidación, así que penesé "quizás pueda hacer algo con mis veinticinco centimos". Una vez allí comprobé que había poco de todo y mucho de nada. Eso sí, el desorden y la aleatoriedad reinaba en el ambiente. Todo estaba manga por hombro menos una estantería dedicada por completo a "Queen". Pensé "hasta aquí hemos llegado, me voy", pero antes de salir reparé en que había una planta baja de DVD's... bajé. Y en el rellano me encontre con un personaje cuya cara me era bastante familiar... Me quedé mirando sus rizos y esa sonrisa tan suya... Se fijó en mí y transcurrieron unos segundos de miradas cómplices... yo en plan "¿dónde le he podido ver?" y él en plan "¿irá a sacar una pistola?". Finalmente entré en acción: le tendí la mano y durante el estrechamiento entoné:

MARCOS

Te conozco, sí... no me sé tu nombre pero he visto tu corto... ¡muy bueno!

NACHO

Gracias, gracias... (entre sonrisas).

MARCOS

¡Y el otro día te vi en Crónicas Marcianas!

NACHO

¿Sí? Llevaba un sueño yo...

MARCOS

Esto... Muy bueno lo que hiciste con las manos cuando leían tu nominación en los Oscars... (los dos empezamos a reírnos).

NACHO

Jeje, sí... Fue mi momento Chiquito... Jooohhooolll...

MARCOS

¡Bueno, hasta otra!

NACHO

¡Adiós!


Y se fue por un lado y yo por otro... He de reconocer que pareció asombrado de que lo reconociera (¡más asombrado estaba yo por lo mismo!) y que a simple vista le gustó bastante. Es un cachondo y esa es la verdad. Más tarde me enteré de su nombre, Nacho Vilagondo, el nominado al Oscar por su corto "7:35 de la mañana". Obtuve total información visitando su cuidada página "www.nachovigalondo.com", en la que se encuentran todos sus interesantes cortos y un blog jachondísimo en el que relata sus peripecias. Os lo recomiendo.





¿Qué más decir de aquel día? Mi tiempo se agotó y volví a la estación de Atocha cargado con mi maleta (la cual pesaba, de nuevo, menos que al subir). Me esperaba la cruda realidad...

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Tú si que puedes dar por hecho que, por mi parte, no habrá otro volumen de crónicas si das por hecho lo de los suspensos.

Marcos dijo...

¡Ay va, mi madre!