jueves, 13 de septiembre de 2007

Compostura

Alzó la mirada y respiró aliviado al descubrir que se encontraba en la penúltima estación de su aburrido recorrido. El pitido que anuncia el inminente cierre de puertas comenzó a sonar, enturbiando la mirada de un par de individuos que corrían a lo lejos. Este no iba a ser su tren y ello siempre da pie a que una impaciente sonrisa pida número. Justo cuando sus comisuras comenzaron a expandirse, la puerta que había a su lado se abrió para dejar salir a un cualquiera. Aquel par de dos consiguió entrar, acalorados por la caminata, y mientras abandonaba el proyecto de sonrisa contempló atónito cómo se colaba tan risueña en el vagón una linda avispa. Unos segundos bastaron para olvidarse de su presencia. Fue entonces cuando, no contenta con viajar de gratis, la avispa tuvo el capricho de posarse sobre el nudillo de su índice derecho. Habiendo notado un pequeño pinchazo, aunque sin identificar el motivo, soltó el periódico sigiloso y trató de rascar la zona del impacto como si de un simple picor se tratara. El tacto de un organismo de vida ajeno le hizo sospechar que por allí andaba algún insecto y por mero instinto trató de aplastarlo cual mosca. Cuando decidió dar con su cabeza el giro oportuno para comprobar de qué iba la película vio que la avispa se encontraba atrapada entre su pulgar y el nudillo. Nuestro héroe, antes que gritar y montar la escena en plan zorri, mantuvo la compostura y cedió en la presión que ejercía el pulgar, logrando así que la avispa cogiera carretera y manta saliendo por donde entró, justo en el instante en que las puertas se cerraban y el metro se disponía a seguir con su andadura.

En cuestión de segundos había pasado de estar sentado plácidamente pensando en la chorrada de turno a rabiar de dolor gracias a un aguijón que giraba adentrándose en su piel, poco a poco, diminuto. No podía creerlo. La voz enlatada pregonaba en todos los vagones el nombre de su última parada a la vez que una avispa moribunda contaba sus últimos minutos buscando desesperada una boca de metro, abocada a una muerte segura.

Ejemplo de avispa cojonera

Mientras el resto de mi figura reposaba tranquila sobre el asiento del metro y mis manos se encontraban ocupadas pasando las páginas de un gratuito, quiso una avispa, más chula que un ocho, dejar su huella en la epidermis de algún viajante descuidado. Aquella resultó ser la primera picadura... Y el fulano, maldita mi suerte, tuvo que tener mi nombre y apellidos.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

¿Seguro que se trata de una avispa y no de una mujer? ¿Seguro que tanta precisión no es para disimular la metáfora?
Hum...

Marcos dijo...

Dios santo, no soy tan rebuscado... O sí... No, no hay dobles lecturas, aquel épico picotazo supuso mi primer encontronazo con el mundo avispil, y de momento ha sido el único...

Tiene gracia, ahora que lo he vuelto a leer aplicando la metáfora gana bastante...