jueves, 22 de septiembre de 2005

Meterla en caliente

Estaba yo recorriendo mi casa en busca de algo de diversión cuando me topé con mi hermano. Decidí darle un abrazo (no sé por qué) y al acercarme hallé en su rostro un dato revelador: ¡le había salido su primer jodido grano! Oh, sí... Irremediablemente pensé en la pubertad. Y más concretamente en la mía.

A mí los granos me debieron de empezar a salir más o menos también a su edad... y cuidao que todavía acechan. Aunque en menor medida. Veréis... creo que no me puedo quejar mucho de mis granos, nunca tuve excesivo número de ellos rondando, nunca se me amontonaron ni estuvieron suficientes para hacer la ola... quicir: nunca necesité marísco para adornar mi rostro. Pero sí es verdad que la adolescencia es una etapa dura y no sólo por los granos... Ahí están esos nuevos olores cultivados, esas gallosidades gargantiles, esa pérdida de visión, esa ganancia de kilos sobrantes, esa capa de grasa recubriendo el pelo, ese crecimiento de extremidades... La adaptación al medio, para qué negarlo, es jodida con tanto maldito inconveniente. El cuerpo te da la espalda, aunque suene paradójico.

Pero si hay algo que caracterice tal etapa en la vida de un chico son las chicas. Siempre hay tiempo para pensar en ellas. Esa materia prima inalcanzable. Porque, amigos... desde que iniciamos la pubertad pasamos a tener como único pensamiento perdurable el meterla en caliente lo antes posible. Lo demás no importa. Sacrificarías cualquier cosa por un coño con tostadas (y eso que aún no sabes muy bien de qué se compone el pastel). Se convierte en una obsesión que nos acompaña durante los siguientes tortuosos años. Hagamos algo para remediarlo, decía el más ingenuo. Claro que sí, guapísimo... sin moto ni casco, sin biceps ni triceps piramidales, un sentido del humor que tiende al gilipollismo más avanzado y una tienda de campaña en pie las 24 horas... ¿A dónde vamos? Sólo contamos con esa retahíla de mierda física que dios en su infinita sabiduría nos da como entretenimiento visual pubertoso. El rosco se aleja. El camión de las golosinas no pasa por pubertilandia. Ellas se van con el guaperas de octavo y tú el único polvo que ves es el que muerdes. Fin de la historia.

Así es. O así me fue. Pero no puedo quejarme. Porque todo es una gran mentira. Pase el tiempo que pase, la realidad es ésta: nunca paras de pensar en meterla en caliente (decid amén conmigo, quiero oíros... vamos, los de atrás, más alto...). Ni pubertad ni leches. Sin granos. Sin grasa. Con gafas o lentillas. Sin moto ni biceps. Pero hay que calentarla. Y, una vez metida en caliente, con igual o mayor intensidad sólo logramos recordar una cosa... y es que hay que meterla en caliente.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Wayne...Payne, casualidad nO?

Marcos dijo...

Ah, pero... ¿Tú ya has acabado la pubertad? ¿Por qué no has tenido granos?

Ahora que lo pienso, sí que has tenido... Tus granos eran auténticos cráteres volcanescos. Te salía un grano cada dos meses, sí... pero salían en plan "aquí estoy yo", xD.

El tal Wayne no es Payne, es otro más que se suma a ese grupo de publicistas porculeros.

Me parece bien que te guste, pero voy a seguir publicando lo que se me pase por la cabeza. Algunos serán más comerciales, otros no... Pero seguiré escribiendo.


PD: Me ha encantado ese "chuchi".

Marcos dijo...

I am zorry.