miércoles, 3 de octubre de 2007

Aguaceros a la izquierda

El plan es sencillo. En realidad no se requiere a demasiada gente. Sólo necesitas la ronrisa de un público poco exigente. Tres años de edad deberían bastar. Una cosquilla aquí y allá, una voz exagerada o una simple caída ficticia. Ya está. Tienes como recompensa una sonrisa limpia e inmaculada. Y sin tan siquiera saberlo te está dando una razón más para jugártela a una mano. Pones todas las fichas sobre la mesa. Sabes que ganarás.

Desconectar. Esa era una de las razones a la hora de partir. Y desconecté. Salí de la tumba en la que me metía cada mañana para levantarme cada noche. Decidí tirar para mi tierra que no es mi tierra pero que lo es y lo sabe. Una semana en el paraíso no es tiempo suficiente como para apreciarlo, pero sí para que te enganche. Uno nunca sabe con qué se va a encontrar y la sorpresa es inmediata. Asturias es otro mundo. Tras pasar el último de los túneles cambia el fotograma, todo es verde, húmedo, vivo. Tengo que contener el aliento y abrir los ojos como platos. He pasado por allí mil veces y siempre tengo la misma sensación.

La simple imagen de una persona y media esperándome en la estación es la culpable, la que me hace dudar y perder la cuenta, no sé cuál es mi hogar. Él y ella, ella, correción y compadreo, y él, obra maestra fruto de cuatro años de cuidados y atenciones. Benditos sean. Y entonces vienen las comidas, las cenas, los abrazos, las conversaciones, los mimos y las coñas. Y todo es igual y distinto que otras veces. Sales a darte una vuelta y te encuentras con una estatua a tamaño real de Woody Allen, con un enorme culo de Úrculo e incluso con gordas de Botero... Deliciosa lluvia criminal, frío y calor. Las calles se corresponden con las fotos del menú, como en esos escasos restaurantes. Oviedo... Aguaceros a la izquierda. Un contraste de formas absoluto que termina por enriquecerme. Y yo con techo, sopa y pase VIP... uno nunca sabe la suerte que tiene.

Y cuando quieres recordar estás comprando el billete de vuelta...

Con el regustete amargo de la despedida abandoné aquel ambiente de lujos y alegrías. Maldito futuro. Siempre incordiando. Adiós al buche rebosante, a las camas de dos por dos, al placer de no hacer nada más allá de contemplar, simplemente contemplar. Juré volver tras el último adiós, mientras me fijaba en el bolsillo de la camisa. Mi corazón está dividido, para bien, que cada uno coja su trozo, me lo quitan de las manos.

Como esa pequeña porción que el tito Knopfler logra pillarse con cada nuevo disco...

Davidenco toca el oro

You’ll find me in Madame Geneva’s
keeping the demons at bay

There’s nothing like gin for drowning them in

but they’ll always be back on a hanging day

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Lo único que supera a lo bien que se está y se pasa y se come en Asturias es la pena que da abandonarla, y eso tampoco dura mucho porque enseguida empiezas a pesar en cuándo volverás. Valora tu suerte: hay gente que no la conoce.

Anónimo dijo...

Emocionada leo tus palabras; me reconforta saber que identificas aquí tu sitio no sólo en nuestro hogar sino también en nuestros corazones.
Ya sabes, Asturias está esperándote.

Marcos dijo...

En realidad vivo rodeado de cariño. Gente que me da mi salpichurri. Siempre ha sido así y a veces no caigo en dejarlo patente. Cierto es que puede sobreentenderse, pero no está de más agacharse a atar unos cordones cercanos cuando sientes que es el momento. Asturias en vena.

Esta gente es tan suya que se permite darle un Principe de Asturas a Bob Dylan... Yo me limito a felicitar al cuatroañero, hoy más que nunca, a su santa madre, y a la santa fabada que prepara.