domingo, 16 de diciembre de 2007

Bien pudo ser Galatea

Y siempre es igual. Soy yo en un plano general, tropezando de cuando en cuando con vestigios concluyentes, constancias que ella, inconscientemente, ha ido dejando por la casa. No fue un sueño, los dos lo sabemos, y tampoco fue un día más, de lo contrario no repararía en ello. Un cabello, uno y sólo uno, negro, solitario, en mitad del baño, me hace imaginarla amasando con delicadeza su pelo hasta atraparlo con la pinza. Son dos los mechones rebeldes que escapan a la presión del muelle, algo totalmente premeditado que configura su imagen de forma que no quepa ninguna duda de que realmente es ella.

Numerosos envoltorios y desechos de la noche anterior crean flashbacks en mi cabeza. El tomate en un calcetín, el cojín, justo donde cayó, su tenedor, sucio, pero no sucio, sino churretoso, como a ella le gusta dejarlo. La silla en mitad de la alfombra. Las sábanas dibujando su última postura, y la almohada, que me devuelve el olor, su olor. Es el olor de su colonia o es el de su cuerpo... jamás los supe distinguir. Son uno: es su olor, y cuando lo huelo sé que es de ella, porque no hay otro igual, porque, como un animal, sabría reconocerla hasta con los ojos vendados. Y hay más: una guitarra mal colocada. Dos vasos vacíos. Una pila de cacharros que nunca dejé que lavara. Insistió las veces justas, las conté y los dos sabíamos que no los lavaría, porque yo nunca quiero que lo haga, porque sé perfectamente que lo haría.

Y nunca se deja nada salvo esas pequeñas cosas. Suficientes para que nadie más que yo sepa que ha estado, el tiempo que haya estado, el necesario como para que quiera volver a estarlo. No se ha dejado nada, nada que cualquiera se hubiera dejado... ni la cartera, ni la pulsera, ni el reloj. Se ha dejado en la repisa el disco que estuvo mirando, el pijama doblado, la manta deshecha. Me ha dejado con un cepillo de dientes mojado, con una película a medias.

En la nevera está el postre que nunca se tomó. En mi estantería el hueco de la última película que quise que viera. Me ha dejado sin ella y mi cara representa el desencaje, con la mirada de quien busca y no encuentra. Y aunque ella no lo sepa, nunca puedo esconderme de su ausencia.

Espiral

lunes, 3 de diciembre de 2007

Helarte de dormir

¿Cómo puede roncar así un niño de once años?, pensaba mientras daba vueltas en la cama, justo al lado de un chaval que dormía a pierna suelta y al que sólo le había costado entrar en trance un maldito minuto. Nos acostamos a las cinco, después de toda una noche de lujuria y desenfreno a base de botellas de la más selecta agua mineral y comedias clásicas al estilo "Hot Shots!". Extasiados, tiramos la toalla y decidimos guardar energías para el día siguiente. Pronuncié su nombre un par de veces una vez arropados y sólo logré contestación tras hurgarle con el dedo en la nariz, la gente puede llegar a ser muy violenta cuando atentan contra su sueño... Tras hojear tres páginas de un libro decidí que si quería "madrugar" el mínimo recomendado debía ir empezando a coger postura... Tenía todas las papeletas para caer pronto: era tarde, mi acompañante no era más que un cadáver escondido entre las sábanas, la lectura había logrado entornarme la mirada y aún no eran las seis, ningún molesto rayo de sol se colaba entre las persianas.

Pero amigos, es suficiente saber que me debo despertar a una hora determinada, que no habrá más cojones, que hay que dormir al grito de ¡ya!, para pasar la jodida noche en vela. Quizás pequé demasiado apurando el reloj hasta las seis y media, hora a la que supe que sería una "noche de esas". No hay ovejas que valgan en ese momento, estoy perdido. Decidí girarme, hacia un lado, hacia el otro, una vez más... Nada. Metí las manos bajo la almohada y traté de darle a la imaginación. Me estaba poniendo nervioso por momentos. Respiré hondo y relajé la espalda. El viejo truco, pensé, y una recopilación de mis mejores momentos eróticos en edición coleccionista pasó por mi cabeza, aquello había conseguido hacerme dormir tantas veces con una sonrisa en la boca que parecía mi última salida; tan sólo logré conseguir una erección de caballo, acompañada por el consiguiente bochorno de pensar que tenía a mi querido primo a menos de un metro de mí. En algunos países aquello tendría cárcel como mínimo, así que traté de cambiar de táctica: me puse boca abajo. Siempre me había parecido una postura de lo más incómoda para dormir, y más ahora que estaba medio follándome el colchón, pero tenía que intentarlo. Y cuando parece que lo voy a conseguir mi primo cambia de postura y agarra un ritmo de respiración de lo más vehemente. Como respuesta opto por otra vieja táctica, de lado y con un brazo tapando la oreja descubierta. Con un poco más de paciencia todo llegaría a su fin.

Pero uno es curioso, y no pude evitar mirar el reloj... las putas siete y media de la mañana. Cinco horas de sueño en el mejor de los casos. Trato de calmarme fumándome la almohada. Retraso el despertador media hora, como queriéndome engañar aún a sabiendas de que una actuación de ese estilo sólo logrará hacer que no me duerma en la siguiente media hora. Qué le vamos a hacer, soy así. Pero digo ¡qué demonios!, me pongo panza arriba y pienso en verdes praderas, en dulces ciervos saltando vallas, en la brisa mañanera primaveral y en aquellos dos colibríes que se hicieron carantoñas en la rama de un bonito roble... Mi primo empieza a roncar y yo no me lo puedo creer. Trato de hacer ruiditos ridículos en su oreja con el nefasto resultado de acrecentar sus rugidos. Le intento despertar sin éxito y termino por girarle completamente. Consigo que pare, me acuesto y vuelve a empezar. A la mierda. Me voy al sofá.

Tras realizar el Kama Sutra hasta encontrar la posturita me doy cuenta de que se me está poniendo mal cuerpo. Mi tripa baila al son de ritmos africanos y cuando pido unirme a la fiesta no me dejan entrar por llevar calcetines blancos. Voy a por le botiquín y me tomo un Almax. ¿Por qué? ¡Yo qué sé! Vuelvo y todo sigue igual. El reloj marca las ocho y pico de la mañana y me obligo a reprimir un par de lágrimas que amenazan tormenta... Finalmente me levanto y empiezo a dar vueltas, a pensar en todo a la vez, a tocarme las pelotas. Exhausto después de tanta mierda vuelvo a mis aposentos y contemplo a mi primo. Le envidio. Envidio a toda esa gente capaz de dormirse en cualquier esquina, bajo cualquier condición... y como queriendo imitarlos caigo rendido en la primera postura y me meto de lleno en el más profundo sueño que había tenido desde hacía meses... tres horas después el despertador anunciaba el inicio de un nuevo día.

Pase lo que pase, siempre amanece. Y esa es la única verdad.

Noche soleada